La alegría la hacemos antónima de la tristeza, y la hacemos extensiva a la felicidad. La definimos como un estado de ánimo asociado al disfrute, al gozo; por el contrario, la tristeza nace de una carencia, de un padecimiento. Ambos son estados extremos, que nos obligan a vivir en los extremos de nuestra realidad emocional. Esta bien, así se definen, pero ¿a qué viene esa natural disposición a asociar la alegría con la felicidad? Esa es una actitud cultural que deberíamos amaestrar. Ser feliz no es estar alegre o triste, es estar en plena conciencia de uno mismo. Es mirar la realidad tal cual es. Es mirar la vida con cristales transparentes. Es estar en el centro de cada cual, es vivir en el equilibrio emocional y no en alguno de sus extremos.
La buena noticia es que es un estado adquirible. No nace de nuestros impulsos, nace del fluir natural de nuestra vida; lo que debemos hacer es aprender a verla fluir, a deshacernos de nuestro prurito de intervenir en ella. No podemos detener ni empujar un río; la felicidad está en verlo deslizarse hacia el mar.
Historias de un practicante zen 
¿Cómo podemos, exactamente, estar en plena conciencia de uno mismo?
Mirar la realidad tal cual es: ¿cómo podemos observar una «realidad neutra» si cada cual sólo es conciente de la que crea?
Interesante pregunta, muy orientadora. Te respondo con un ejemplo: tu madre ¿es buena o es mala? ¿Cómo es? Ella es como tu la percibes, según la realidad que tu creas. Será buena si le sirve un plato de carne a un mendigo; mala porque tuvo que matar a un animal para dárselo. ¿Cuando estarás consciente de tu percepción, de ti mismo? Cuando en tu realidad esté presente tu madre; si no lo está, será igual que si estuviera muerta. Ahora bien, cuando estés frente a ella, ¿será buena o mala? Todo dependerá de cómo la percibas, de cómo construyas tu realidad en ese momento, en ese aquí y ahora.
Excelente post!, lo tomo prestado. Saludos desde Uruguay.