¿Por qué soy Budista? Las cuatro Nobles Verdades – Autor: Mariano Merino

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En artículos anteriores, (1) y (2), manifesté mi testimonio de cómo arribé a este puerto llamado Budismo. Ahora quiero comenzar a explicarles qué es este cuerpo de doctrinas y conocimientos que está entrando con tanta fuerza en occidente debido a su capacidad de solucionar los problemas que la vida moderna nos impone.

El Budismo es un sistema religioso, filosófico y ético que persigue la liberación y felicidad personal, hasta donde cada cual la define. En su base se encuentran las Cuatro Nobles Verdades dictadas por Sidharta Gautama Buda hace 2.500 años. Estas verdades no son dogmas a ser adoptados obligadamente ni verdades reveladas sino senderos que ayudan en el tránsito personal hacia un estado de felicidad y desarrollo moral, espiritual, intelectual llamado Nirvana. En ninguna parte del Budismo, en ninguno de sus documentos, se encontrarán fórmulas mágicas al estilo de «creed en mí y os llevaré al cielo». El Budista es, por esencia, un cuestionador; no cree ni siquiera en Buda y sólo usa sus enseñanzas como orientaciones para que cada cual encuentre su propio camino.

Como religión, el Budismo no reconoce necesaria la existencia de un Dios externo, ajeno. Tampoco tiene sacerdotes o intermediarios, tiene Maestros. Es opuesto a los dogmas. Favorece el autodescubrimiento y la auto perfección.


La primera Noble Verdad es la objetividad en el reconocimiento. Muchas interpretaciones la llaman la Noble Verdad del Sufrimiento pero no es ese el verdadero sentido de la ensenanza de Buda, si bien todos sufrimos. El hombre, a partir de su sufrimiento, debe mirar la vida y su propia realidad con suprema objetividad. La visión realista del mundo permite su plena comprensión, y esta verdad es aplicable al proceso de conocerse a si mismo. En la medida que nuestra introspección se apoya en una verdadera identificación de quienes somos, podremos avanzar en el camino del conocimiento y el mejoramiento hacia el estado superior de conciencia. Con mentirnos a nosotros mismos, o ignorarnos, no avanzamos. La inmovilidad no es desarrollo.

La segunda Noble Verdad es la existencia del deseo como fuerza impulsora de la vida y por lo tanto como origen de todo sufrimiento. Es el apego a las cosas y a los deseos sensuales. Es la búsqueda del ser y de nuestra propia aniquilación. Es el reconocimiento de la pasión como fuerza dominante de nuestra esencia humana. Es el reconocimiento del «yo»como centro de la existencia. Es la fuente de los males del mundo pero al mismo tiempo la causa de la existencia.

La tercera Noble Verdad es el reconocimiento de que la felicidad se logra mediante la aniquilación del deseo. El deseo, el ego, nace de la avidez. El apego a las cosas y al propio yo trae infelicidad; la felicidad llega luego de la personal renuncia, del desapego a la causa del deseo.  Si nada se anhela tan poderosamente como para enfocar nuestras potencialidades a su consecución, nada puede perturbarnos.

La cuarta Noble Verdad es el descubrimiento del camino medio entre el extremo sensual de la existencia y el camino del sufrimiento y la negación. Es el reconocimiento de que ambos extremos son dañinos a la existencia y falsos en su manifestación de verdad. Tanto el extremo sibarita y hedonístico de la existencia como el ascetismo y la autoflagelación del santo son contrarios a la esencia humana. El camino que nos conduce a la felicidad evita los extremos, los excesos; es el camino de la reflexión, de la introspección, del bucear dentro de uno mismo y encontrarse en su esencia. Es el conocerse a si mismo.

Sobre estas cuatro Nobles Verdades se construye el andamiaje que soporta el conocer a Dios, que somos nosotros mismos. Nosotros somos Dios, no un externo ni ajeno. Este proceso de construcción es intuitivo, se basa en la inteligencia y la comprensión, en el cuestionamiento, no en la fe ciega en el dogma y la palabra revelada.


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